Ayer por la noche me quede helado cuando a través del magnífico programa de misterios "Cuarto Misterio" dirigido por el amigo Iker Jiménez y ofrecido por el canal Cuatro (la única cadena de televisión en España que apuesta por el misterio) me enteré de una desgracia que a los que disfrutamos con la investigación de lo desconocido y con los misterios de la naturaleza nos a sentado como una puñalada en el corazón. El Museo del Calamar Gigante en Luarca (Asturias/España) a sido , literalmente, engullido y destruido por el mar, dejando a su paso cristales rotos, paredes derrumbadas y la desaparición de casi todos los ejemplares de calamar gigante ahí expuestos. Una colección única en el mundo entero de estos monstruosos cefalópodos que ahora ha pasado a la historia. Una historia que empezó en julio de 2005, cuando Luis Laria, portavoz de la Coordinadora para el Estudio de las Especies Marinas (Cepesma), situado en la localidad asturiana de Luarca, recibió un correo electrónico y no dudó ni un segundo en coger el coche y cruzar toda España para presentarse en Gandia (Valencia/España) porque le había llegado la información de que una barca de pesca había sacado un calamar gigante del mar Mediterráneo. Cuando llegó a pescadería de la playa de Piles ,en la que el ejemplar había sido congelado por indicación suya no dudó en señalar que estaba ante «un fósil viviente», y añadió que aquel enorme animal marino de seis metros de longitud era «como haber encontrado un dinosaurio vivo». Así que se lo llevó a Asturias para analizarlo y engrosar la colección de calamares gigantes del Museo del Mar, del cual él es fundador y director. Ese local y centro científico es el que ha resultado considerablemente dañado a causa del fortísimo temporal que el pasado fin de semana azotó la costa norte de España. Las olas llegaron a entrar en el museo y destruyeron once ejemplares de calamar gigante, pero el de Gandia se ha salvado. Luis Laria estaba desolado y confesó que no preveía que el mar pudiese llegar a destruir el Cepesma, pero también mostró alivio por haber mantenido el calamar gandiense, que fue el primer ejemplar macho capturado en aguas del Mediterráneo, de ahí su especial interés científico. Laria explica que, afortunadamente, el espécimen de Gandia no se encontraba en la sala de exposiciones del Museo del Mar arrasado por el temporal, sino guardado en otro lugar. Además de a la investigación, este animal figura entre los que se sacan de allí para ser mostrados de forma itinerante en otros lugares. «En junio el calamar de Gandia estará en la localidad francesa de Biarritz», indicó el científico. ¿Y ahora qué? ¿Que ocurrirá con el Museo? ¿Volverá a reconstruirse o quedaran sus ruinas como un tenebroso recuerdo del terrible incidente? Javier Pola, marinero de toda la vida, lo tiene claro.
Tiene claro que la obra y sus consiguientes reparaciones fueron "una chapuza". Y recuerda que antes, hace años, en ese lugar había una conservera que, por estar hecha con los materiales debidos, nunca sufrió nada grave y resistió en pie sin problema. Ahora, se lamenta, eso no sucede. Y hace un símil: "Lo hicieron tan débil como la casa de los tres cerditos, sensible al soplido de un lobo", dice. Diagnóstico que comparte Luis Laria y que, sobre el terreno, se empeña en mostrar. Enseña el grosor del tabique partido, que apenas llega a dos dedos de anchura. La pared, efectivamente, es demasiado fina para estar en un sitio sensible al viento y las olas. Señala también el cuadro eléctrico, situado a ras de suelo, "un riesgo enorme" a tan pocos metros del mar. Habla de las ventanas que hubo que tapiar, de la "mala situación" de la puerta de entrada, la torpe ubicación de los baños y de la enorme cristalera cara al mar, "un suicidio por adelantado". Una retahíla, explica, "de cosas mal hechas" a la que sólo encuentra un culpable: el arquitecto. "Esto que se hizo aquí es de Juzgado de guardia", afirma, contundente.
Laria reconoce que cuando se le consultó la ubicación que iba a tener el museo quedó encantado. "Fue decisión del Principado. A nosotros claro que nos gustaba. Nos gustaba y nos sigue gustando. Pero nos gusta si el edificio está bien hecho, capaz de soportar estas cosas y albergar todas las exigencias y las necesidades", explica, y deja claro que en su día avisó de los riesgos. Ese día fue en 2011, la penúltima vez que el agua reventó el museo. "Cuando empezaron a repararlo, sugerí que no pusieran ladrillo, que reforzaran con hormigón y añadieran aislante. Ni una cosa ni la otra: cada vez teníamos que pintar las paredes", explica.
Porque la del pasado domingo 02 de febrero 2014 fue la tercera vez en cuatro años que las olas causan daños desde la inauguración del centro en agosto de 2010. La cosa se empezó a torcer antes siquiera de abrir al público. Todavía no habían acabado las obras y el oleaje se llevó por delante un tabique que hubo que reparar. La citada de 2011 llegó cuatro meses después de su apertura. Otro temporal arrasó la planta baja, la misma que hoy ha quedado en nada y donde estaban situadas la recepción y la sala de conferencias. Cuenta Laria que, entonces, el Cepesma tuvo que pedir un crédito de 35.000 euros para afrontar daños varios. Crédito, especifica, que han acabado de pagar recientemente. La reparación del edificio, como la construcción, la asumió el Principado a través, dice Laria, de la empresa Sardesa Española, que fue, desde el primer momento, la encargada de las obras y de sus consiguientes arreglos.
No hubo más destrozos fuertes que lamentar hasta el "tsunami" del domingo pasado. A la tercera fue la vencida y el agua arrasó con todo, literalmente. No queda nada. Los tabiques se han roto a la mitad, no hay ni puertas, ni sillas, ni luz, ni -por supuesto- buena parte de la colección de especies que allí se guardaban. El agua también secuestró todos los cuadros de la exposición que la Sociedad "San Pedro" de La Felguera pretendía inaugurar ese día. Los cables tiritan y del vacío se escucha hasta el eco. La imagen es absolutamente desoladora.
Se perdieron cuatro calamares gigantes, entre ellos el ejemplar de mayor longitud (casi 14 metros), también un tiburón de 2,5 metros, especies abisales y varios cefalópodos. Si la colección de calamares estaba valorada en dos millones de euros, como dice Luís Laria, la marea se apropió de casi 700.000 euros. A Laria, dice, le queda material para otro museo. Habla de diez calamares gigantes y muchas otras especies.
Los vecinos de Luarca, en su mayoría al menos, son partidarios de la reparación del museo. Saben que es algo que proyecta la villa en el ámbito internacional y que genera riqueza. En 2013, por ejemplo, recibió casi 25.000 turistas. Los más escépticos piden un cambio de ubicación, como Rosa García, que piensa que si se repara en el mismo sitio "se volvería a fastidiar". "El Museo tiene que estar donde está. Es la mejor ubicación posible, en el centro de Luarca, donde lo ve la gente, donde deja riqueza a la villa", asegura Carlos Pola, hermano y compañero de fatigas del pescador Javier Pola. Y explica que todavía estos días hubo turistas que le preguntaron por él. "Imagínese que está en otro lado. Vendrían mucho menos. Aquí es decirle todo recto, al final del puerto, y listo".
Mientras tanto, Laria explica que les toca al Principado y al Ayuntamiento de Luarca acordar qué se ha de hacer. Él, que habla con la impotencia y la reivindicación que le corresponde, no tiene claro el futuro: "Que hagan lo que quieran", dice, y cuenta que lo han llamado, "al menos, de doce museos" para ofrecer ayuda; desde Barcelona a Estados Unidos. No descarta irse de Asturias "como último recurso" y remite a las dificultades de la Cepesma, cuyo soporte económico era el museo y que, ahora, "sólo tiene 5.000 euros en la cuenta. A falta del museo, no tenemos nada", lamenta.
El Museo del Calamar Gigante fue inaugurado en agosto de 2010. Fue la culminación del sueño de Luis Laria, que muchos años antes había empezado a recoger especies marinas y las había ido exponiendo donde buenamente podía: en una escuela, en un albergue y hasta en un almacén de Feve (Ferrocaril de Vía Estrecha). El interés por aquellos bichos raros de la mar creció al punto de que el Gobierno de entonces, liderado por Vicente Álvarez Areces, invirtió casi 1,3 millones de euros en construir el centro. De acondicionar la parte museística se ocupó la Mancomunidad Turística de la Comarca Vaqueira, que aportó otros casi 300.000 euros. El montante final ascendió, pues, a 1,6 millones, aproximadamente.
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